ARTÍCULOS 3

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Apolo. Mosaico romano del Museo del Bardo en Tunez. Siglo II d.C.

 

 

MITOLOGÍA E HISTORICIDAD

Mario Bermúdez

 

 

El mito fundamental no es más que un grandioso
sueño que predice el futuro y sustenta el presente
 sin olvidar el pasado.

 

 

(IMAGEN: Apolo. Mosaico romano del Museo del Bardo en Tunez. Siglo II d.C.)
 

 

El mito


El diccionario define el mito como: Fábula, acción, leyenda, tradición alegórica, por lo común de carácter religioso; cosa inverosímil. Implícitamente se puede deducir que el mito carece de veracidad; pero también el diccionario señala que es una fábula o alegoría, lo que claramente significa que en el fondo contiene la verdad, sustentada en la realidad de argumentos ejemplarizantes. Ahora, es bien cierto que los más grandes mitos se han relacionado con las divinidades, únicamente porque por su esencia implican un carácter demostrativo y argumental para justificar la existencia real de lo divino y de lo sobrenatural. De tal suerte se tiene que los más representativos libros se enmarcan dentro del concepto mitológico, convirtiéndose en escritos sagrados, es decir, que explican, justifican y relacionan a las divinidades y a los hechos sobrenaturales con el propio devenir del homo sapiens. Dentro de este género mítico se destacan, por supuesto, La Biblia, El Corán, El Zend-Avesta, Los Vedas, El Libro de los Muertos y El Código de Manú, entre otros. Las ortodoxias religiosas han convertido a los libros no canónicos, peyorativamente, como textos mitológicos y paganos, proclives a las malas acciones. Entre la literatura denominada profana, se destacan principalmente La Ilíada y La Odisea, de Homero, que narran las perennes guerras entre los hombres, pero en donde los dioses y semidioses intervienen abiertamente. Cabe anotar, que los libros de carácter mitológico fueron vistos, desde una cosmovisión primitiva, como la manera de interpretar la propia historia de los pueblos, debido al carácter mágico de la psique humana.
En consecuencia, el mito es una tendencia constante en la que el homo sapiens diviniza una serie de hechos naturales, para lograr magnificar e interpretar su sentido histórico, antes que todo, a su pueblo, sustentando el poder, la protección y hasta el castigo de determinados dioses; aún, los mismos hechos humanos adquieren connotaciones grandiosas, creando héroes, semidioses y espíritus menores, ya sea de carácter protector o adversario. Las leyes físicas quedan en un segundo plano, y se convierten en codependientes de las leyes sobrenaturales, de tal forma que, en últimas, todo tiene una explicación que depende directa o indirectamente de la voluntad de los dioses. En el mito, la realidad no es vista como tal, sino como una interpretación verídica de lo sobrenatural y de lo divino. Una clara demostración de tal hecho, aunque sucedida ya en nuestra era, fue la alquimia, que pretendía convertir los metales burdos en oro, a base de rezos, magia y ensalmos. Hoy en día, esa magia primitiva convertida en ciencia, ha logrado entender muchas leyes de la naturaleza y ha sido capaz de realizar procesos complejos de transformación en la materia, tal como lo soñaron los alquimistas, utilizando, por ejemplo, los aceleradores de partículas, que para un homo sapiens primitivo sería dios o un artilugio divino.

 
El mito esencialmente cuenta la historia, las peripecias y las hazañas de unos seres superiores y su relación con los humanos; estos seres que poseen ciertos poderes como la ubicuidad, la invisibilidad, la eternidad, la juventud perenne, la clarividencia, fuerza descomunal, atributos físicos de beldad o de monstruosidad, poder para hacer aparecer o desaparece objetos a su arbitrio, capacidad de leer la mente de los demás. Los seres mitológicos toman aspectos multiformes, ya que se presentan como humanos, o como híbridos entre hombres y bestias, apareciendo con alas, cuernos, rabo, garras y pezuñas, entre otros. Todo resulta del imperioso deseo de la especie humana por tener para sí los atributos que más admira en otras criaturas, ya que el homo sapiens es físicamente un ser débil, cuya única maravilla es una pequeña masa del cerebro que produce el intelecto; con esta maravilla ha logrado hacer del mito una realidad en muchos aspectos. En conclusión, al héroe mitológico se le adjudican atributos imposibles en un ser humano sin que pierda ese componente psíquico del homo sapiens; pues, aunque el héroe mitológico tenga un aspecto diferente al de un hombre, su comportamiento, con sus pasiones, angustias, dolores, envidias, belicosidad, y, sobre todo, la sensación de desamparo, es la optimización del sentimiento humano. El homo sapiens está siempre dispuesto a suplir las carencias, y ante la inmediata imposibilidad de adquirir los atributos sobrenaturales que lo identifican con la divinidad, recurre a su intelecto para crear y recrear, para mutar, y así suplir, aunque sea imaginariamente, dichas carencias y expectativas. En los momentos de dificultades, de tristeza y de desesperanza, el homo sapiens recurre a esa ayuda imaginaria externa y superior que podrá paliar su eterno sufrimiento, e imagina que las deidades pondrán a su alcance los medios para hacer posible el cumplimiento de sus expectativas y la búsqueda de la felicidad. Cuando recurre a los hechos mágicos, está simplemente intentando resolver su problema de manera angustiosa, creyendo que la magia como manifestación de lo sobrenatural, romperá, cambiará o, al menos, paliará sus problemas. Esto explica que ante la imposibilidad de resolver problemas que escapan a su voluntad, el homo sapiens tenga que invocar a los entes superiores, justificando la aparición de divinidades protectoras o adversarias. Así que, por ejemplo, la lluvia es una divinidad benigna porque contribuye con los cultivos y el pastoreo, pero la tormenta es una deidad maligna porque destruye las aldeas, los cultivos y los rebaños. Ante circunstancias tan adversas, el homo sápanes se ve abocado a dos hechos: el primero, a invocar el poder de la divinidad benigna para que venza a la deidad maligna, planteándose de tal manera una dualidad cuyo basamento es la violencia, la opugnación. El segundo hecho puede ser que el homo sapiens trate de apaciguar a la deidad maligna, con el fin de ganarse su voluntad, para que los hechos sobrenaturales que causan la devastación, cesen. También puede plantearse en esta argumentación, que la divinidad en cuestión, lluvia-tormenta, sea una sola, y que cuando ella esté contenta con los actos humanos, se comporte benignamente, pero que cuando la deidad se enfurezca a consecuencia de la desobediencia humana, decida castigar de acuerdo a la gravedad de las infracciones. Aquí surge la moción de castigo y, por ende, de pecado, comenzando las primeras manifestaciones de moralidad. El mito, convertido en creencias, se transforma en la única interpretación posible de la existencia humana, y, a la vez, libera y desfoga psicológicamente todo el sentimiento de angustia, dolor, desamparo e impotencia, reprimidos en lo más profundo de la psique, convirtiéndolos, al menos transitoriamente, en esperanza positiva que pueda darle tranquilidad y que ilumine el sendero de la búsqueda de la felicidad. El homo sapiens es una especie de expectativas ontogénicas y filogénicas, que genera una dinámica colectiva fundamentada en los procesos individuales; por eso es, por decirlo así, un ser mitológicamente histórico, que pretende trascender y dimanar más allá de la realidad, extramuros de su entorno fisco e intelectual. Evidentemente, que esta imposibilidad física, la manifiesta en una posibilidad intelectiva que imaginariamente cumple con el papel de trascendencia y dimanación: Es esta la interpretación de lo divino y de lo sobrenatural.


La historia del Rey Midas, el mismo que cuando tocaba un objeto común lo convertía en oro, se ha hecho factible en la física cuántica. El mito de Ícaro, que pretendió volar hasta el sol, quemándoseles las alas y cayendo brutalmente a la tierra, se ha hecho realidad en las aeronaves, cohetes y transbordadores espaciales. Ahora, los grandes hechiceros, los cuales llamamos médicos cirujanos, son capaces de remplazar cualesquiera órganos dañados del cuerpo humano, y hasta hacen posible el milagro del rejuvenecimiento. Los dragones que lanzaban fuego sobre las ciudades enemigas, se han convertido en las bombas que pueden exterminar ciudades enteres con una sola obturación.  La leyenda de los titanes, seres de extraordinaria fuerza, se manifiesta actualmente en las potentes grúas que construyen las antes imposibles torres de Babel. Se ha alcanzado y se ha traspasado aun, la capacidad de visión y la capacidad olfativa de ciertos animales. Los submarinos simulan las ballenas mágicas en cuyo interior van los marineros. La deidad lunar se ha rendido a los pies del ser humano, y la comunicación telepática se ha hecho inmediata a través de la computadora. Los griegos ya no tienen que recurrir a la fuente mágica para ver las competencias de los gladiadores en los Juegos Olímpicos, sino que el ciudadano común se sitúa enfrente de un televisor para ver lo que quiera en tiempo real, sin importar la distancia. El mito pasado se hizo realidad en nuestro presente, y, muy posiblemente, continuará convirtiéndose en realidad futura, colmando las expectativas del homo sapiens, supliendo sus anhelos, pero, ante todo, reforzando sus expectativas y su esperanza por alcanzar la idea mitológica de la felicidad. Pero todavía tenemos anhelos incumplidos, y aún estamos en cualquier parte del camino sin conocer el futuro aunque lo advirtamos, y por eso cargamos amuletos, pertenecemos a una determinada religión, invocamos a nuestros antepasados, creemos en el poder curativo de los taumaturgos, en la numerología, en la cábala, en el tarot, en el horóscopo, vieja herencia de los magos babilónicos, en los videntes, en el poder de las gemas y de los metales y una serie más de acciones y objetos, como crucifijos, estrellas, medias lunas y soles. Todo esto no es más que la misma cinta que nos conecta con el pasado, que se hace permanente e incuestionable en la psique humana, ya que el concepto de magia es uno de sus imponderables atributos. A pesar de los grandes avances científicos y tecnológicos, nuestra psique no puede escapar a la idea de que, aparte de nuestro entorno, existe un ente sobrenatural en donde todavía perviven las divinidades, que, de una o de otra manera, rigen el destino de la humanidad y del universo.


La mitología expresa el carácter psicológico e histórico de un pueblo, hasta el punto de que los escritos legendarios se convirtieron, y todavía lo son, en las fuentes primordiales para reconstruir la historicidad. Por ejemplo, en la mitología griega se destacan principalmente los siguientes elementos: ardides, metamorfosis de los seres, muerte accidental de algún ser amado, gigantes, monstruos de varias cabezas, serpientes, perros gigantescos, tareas y competencias sobrehumanas. Sobresalen, también, el reemplazo a través del engaño de los padres o tutores, la muerte prematura de los hijos e hijas, las venganzas implacables de los hijos que reivindican a sus madres, los padres que convierten en enemigos de sus propios hijos, disputas familiares por el poder, esposas y esposos infieles, relaciones incestuosas, fundación de ciudades, armas especiales, profetas y videntes, amantes humanos de las deidades, riesgos y excepciones sobre la inmortalidad, uso de talismanes poderosos, nacimientos insólitos, encierros en cavernas o en habitáculos. Ahora, hagamos una comparación de lo que se ve en el cine o en la televisión. ¡Sorprendente! ¿No? La psicología del ser humano no ha cambiado en absoluto, sin importar el tiempo y el espacio, a pesar del proceso cíclico de la historia humana; seguimos siendo los mismos aquí y allá, iguales los negros, los blancos, los amarillos, los mulatos. Pero, racionalmente, esto justifica el concepto de mitología humana en cualquier época y en cualquier parte, porque es producto únicamente del intelecto humano, pues, aunque suele redundante decirlo, es idéntico en todos los individuos y los colectivos del homo sapiens. Para utilizar una expresión de informática, el homo sapiens tiene programado indeleblemente, aunque modificable, el mismo sistema operativo, y su evolución, no son más que los programas de aplicación. En caso de que cambiase el sistema operativo, ya sea por uno mejor o por otro peor, simplemente, ya no seríamos homo sapiens, sino, indiscutiblemente, ¡otra especie!


Todas las religiones son esencialmente míticas, porque cumplen invariablemente los argumentos expuestos anteriormente, el elemento mitológico es trascendental: creencias en las divinidades, hechos sobrenaturales, seres taumatúrgicos, rituales mágicos, invocaciones de protección, admoniciones e imprecaciones y, especialmente, concepción de que todo el universo es una manifestación trascendente de un concepto superior denominado dios. En Occidente, especialmente entre los denominados indoeuropeos, La Biblia, en diferentes versiones, se ha convertido en el libro mitológico por excelencia; todo gracias a la cristianización romana. Este carácter mitológico se manifiesta, principalmente, en la argumentación de que su inspiración es divina, trasmitida a los hombres por Yahvé o Jehová directamente, a través de sueños, visiones, profetas, reyes y oráculos, como El Decálogo o El Arca de la Alianza. Amén, el libro sagrado presenta una serie de hechos y seres sobrenaturales y humanos especiales, con los que el pueblo hebreo recreó y justificó su historicidad, y en donde plasma las expectativas mesiánicas y la explicación del mundo; cosa idéntica pretende cualquier libro mitológico. En La Biblia leemos sobre sueños adivinatorios, carrozas de fuego, apertura de las aguas, genios, duendes, demonios, ángeles, devastaciones, milagros de los profetas, caída de alimento desde el cielo, visiones apocalípticas, entre otras. En El Corán, el libro religioso de los musulmanes, se aprecian similares manifestaciones mitológicas, incluyéndose como esencial la que argumenta que fue directamente el Arcángel Gabriel quien le dictó el texto sagrado a Mahoma. Concluyendo, el mito, aunque no expresa una realidad física concreta e idénticamente, justifica e interpreta, especialmente, el proceso histórico de un pueblo. De hecho, se puede argüir que el mito expresa una realidad psicológica, que de por sí es subjetiva de acuerdo a la cosmovisión que la interprete en un determinado tiempo y espacio. La historicidad es producto del mito, el mito es producto de la tradición, y ésta es resultado únicamente del comportamiento cultural de la época y del lugar, a la vez que el comportamiento cultural no es sino, definitivamente, el resultado de la pisque humana. Mientras que la historia, una pretendida ciencia posterior, acude a los métodos científicos para reconstruir el pasado y, de pronto, dinamizar el presente y el futuro, pero, en suma, ambas, historicidad e historia, no son más que el producto de la actividad intelectiva del homo sapiens. Sí, en el fondo de cada mito subyace la realidad, ya concreta, ya subjetiva, y por tal motivo se justifica que se trate de recomponer la historia a través de la mitología, utilizando como medios sin develar plenamente los libros mitológicos. El intelecto humano solamente pretender la adquisición de la expectativa final, bifurcándose en dos caminos que conducen, por diferente ruta, al mismo lugar: las creencias mitológicas o el argumento científico y empírico. Habrá quienes intenten combinar los dos caminos, ya que hubo y hay científicos decididamente mitológicos o religiosos y, también, hay chamanes que pretenden hacer ciencia; a éstos podríamos denominarlos alquimistas.


Otra de las peculiaridades de la mitología es su universalización, al fin y al cabo, está creada por una sola especie que se ha hecho universal, pues los anhelos, las frustraciones, las angustias, el sufrimiento y las pasiones, entre otras, son aspectos conscientes del homo sapiens en cualquier parte y época, escasamente mutados de manera aleatoria, pero con el alma inalterable. La fusión cultural de los pueblos hace que el mito perviva, varíe y se expanda, ya sea por medio de la tradición oral o a través de los escritos. La fusión cultural y, primordialmente, el pisque humano, hacen que el mito sea universal, y que, por ello, aunque pretendamos asombrarnos, nos topamos con leyendas similares en lugares apartados diametralmente en el tiempo y en el espacio. Ahora, la influencia cultural de los denominados indoeuropeos y de los llamados semitas a través de los tiempos, ha sido el vehículo primordial que ha trasportado el sustrato del mito ario, universalizándose de tal manera que en el fondo se ha convertido en una sola mitología cosmonatural, que refleja las conductas políticas, económicas y sociales de la sociedad contemporánea, con el dinamismo propio del devenir humano.


Por ejemplo, el mito de la creación, es decir, la teoría cosmogónica, que conocemos a través de la Biblia, igualmente se expresa, y con suma anterioridad, en los mitos ancestrales babilónicos. ¿Quién los tomó de quién?, podríamos plantearnos la pregunta, aunque se pueda inferir que fue primero el mito babilónico. El mito zoroástrico de la creación también es similar al mito babilónico y al bíblico, y presumiblemente más antiguo que éstos dos. Otro de los mitos que presentan una similitud extraordinaria es el del Paraíso, que muy posible llegue a ser el parsï  o pairidaeza, según el Diccionario de la RAE, de de los persas. Las escrituras avésticas narran una época paradisiaca en la tierra en un país denominado Ariyana Vaejo, tierra de los aryas, la primera creación feliz de Ahura Mazda, y el cual gozaba de un clima primaveral en donde prosperaban las plantas y los animales de manera maravillosa. Empero, el dios maléfico Agra Mainyu, preso de envidia, condenó el paraíso de las delicias a diez meses consecutivos de un feroz invierno y con solamente dos de verano; por este motivo, los seres humanos que habitaban allí, los arios o aryas, tuvieron que emigrar hacia el sur, hacia las tierras de Persia, el actual Irán, y del Punjab en Pakistán.


El mito del diluvio universal, no solamente se expresa en La Biblia, sino que se manifiesta en los relatos de India y Persia. El mito del Gilgamesh, relata que los dioses bajan del cielo y fundan las cinco primeras ciudades, y que por la maldad de los hombres, las divinidades mismas descienden a la tierra para destruirlas como señal de castigo. Empero, los dioses acuerdan salvar a Ziusudra, el Noé babilónico, junto con su esposa. La pareja es advertida por sueños sobre el diluvio, y se les indica que deben construir una gran barca que los preservará de la inundación, ocasionada por el terrible diluvio. Ziusudra y su esposa seleccionan los animales que introducen en la barca para salvarlos de la inundación. El mito védico del diluvio es también similar, solamente, que tiene la variante que en cambio barca, los seres que deben ser salvos del diluvio son protegidos dentro de una gran caverna. Ahura Mazda le indica a Yima cómo construir el Var, la caverna, en donde se guarecerán él y su esposa junto con todos los animales que se hayan seleccionado para ser salvos del diluvio.


Ahora, sorprendentemente el mito del dios soteriológico presenta una similitud extraordinaria en las diferentes culturas que van desde India, pasando por el Oriente Próximo, la Península Helénica, la Península Itálica y llegando, incluso, a Europa Septentrional. Esta similitud es tan impresionante que los dioses soteriológicos tienden a confundirse y a unificarse, pues no se sabe si uno es el otro, o, al contrario, o si los dos son uno solo, y así. El mito de las deidades soteriológicas se refiere a un dios hecho hombre, que sufre una pasión para salvar a la humanidad, que padece un sacrificio, muriendo abruptamente, que desciende a la parte inferior, que resucita y que retorna a donde la divinidad superior, repitiendo el ciclo de forma figurativa incontablemente. El mito de los dioses soteriológicos se manifiesta en el Mitra persa y romanizado, en el Adonis fenicio, en el Atis frigio, en el Osiris egipcio, en el Tammuz babilónico, en el Balder escandinavo y, por supuesto, que en el Jesús de procedencia incierta, tal vez judío, según la leyenda cristiana, producto de la magna sincretización de todos los demás dioses soteriológicos.


El mito de la Diosa Madre también se universaliza al compararse a la naturaleza, capaz de fecundar, dar y quitar la vida, con una madre. La Cibeles frigia, la Isis egipcia, la Ishtar Babilónica y la Astarté semítica, son las más preclaras representantes de la Diosa Madre. Debido a una interpretación machista, disfrazada de monoteísmo, el concepto de Diosa Madre no prosperó en el cristianismo, aunque subyace en la Virgen María. Las diosas madres han tenido a sus hijos de forma virginal, tal como se percibía en la naturaleza con las plantas, ya que nadie había comprendido su modo de procreación, imaginándose que se hacía de forma virginal, sin macho, o por generación espontánea.


Por último, el mito de la Trilogía Divina, se expresa en la Trimurti brahmánica, compuesta por Brahama, Vichnú y Siva, en el la trinidad egipcia de Amón, Mut y Khonsu, en el mito pre islámico de Allat, Ozza y Manat. Nuevamente el concepto trinitario se sincretiza en el cristianismo con la Divina Trinidad o la Trinitas, compuesta por El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo.
Mitos similares, a pesar de las diferentes épocas y espacios, demuestran su influencia preponderante y unificada en la religiosidad, las creencias comunes, en la tradición, en los conceptos filosóficos, en el comportamiento social y político y en las expectativas de la sociedad contemporánea. Se puede explicar esta unicidad debido a la expansión del mito ario por medio de las diferentes creencias religiosas que surgieron del mismo tronco. La mitología, como tal, modela una forma específica de cultura, crea los cánones de una forma de pensar, de creer y hasta de sentir, hace historicidad e historia, funda doctrinas y tuvo, sorprendentemente, la capacidad de particionar el sentido de la misma vida humana en ideologías como el materialismo, el idealismo y el espiritualismo, entre otras: Son todas diferentes visones que pretenden alcanzar la misma meta por diversos caminos. Obviamente que la mitología se ha transportado a través de la palabra escrita y hablada, para esparcirse como las semillas sobre un campo dispuesto siempre a abrigarlas y procrearlas en su seno: esta es la realidad y por eso decimos que la lengua crea cultura, mientras que la mitología fundamenta ideologías.


Historicidad


De resultas, la historicidad no es de ningún modo contraria a la mitología, es más, está compuesta por mitos. La historicidad es el conjunto de hechos, míticos y reales, que interpretan el devenir de un determinado pueblo, y que justifican la existencia histórica desde un punto de vista endógeno. Es decir, la historicidad es la visión y la interpretación interna de un pueblo, especialmente argumentada hacia los extraños, en donde confluyen una serie de hechos basados en aspectos tradicionales, mitológicos y remembranzas difusas colectivas, que, ante el carácter mágico y religioso del ser humano, establecen el entretejido de una relación sobrenatural con la dura cotidianidad del devenir. Así, por ejemplo, un monarca que vivió más de doscientos años, realmente ha podido ser una dinastía, que posteriormente pudo dar origen a un dios o a un héroe. La historicidad, especialmente en los pueblos antiguos, era el primer paso para fundamentar la nacionalidad como el conjunto de las cosas, de los hechos y de las creencias del lugar en donde se nace. También fundamenta el patriotismo, ligado a los hechos familiares de la tierra de los padres. Los dos aspectos anteriores crean la identidad como pueblo. Hoy en día, uno y otro término han pasado a ser sinónimos, aunque la primera connotación de nacionalidad haya sido más genérica y colectiva, y la segunda, más familiar o relativa al clan.
El pueblo de Israel, como nación y patria, tiene escrita su historicidad primordialmente en La Torá, o la Biblia Hebrea; de tal suerte que el libro no es solamente sagrado, sino que es, también, histórico para los judíos identificados como una sola nación o una sola patria. A pesar de que las fechas son inferidas en la mayoría de casos, se dan como hechos verídicos los hechos acaecidos en ellas. La historicidad es, entonces, lo que se acepta como hechos verídicos, así no hayan sido estrictamente históricos y reales, interpretados por la visión endógena, como ya se dijo, que represente una memoria colectiva y una identidad, generalmente de superioridad, ante los foráneos. El homo sapiens tiende a magnificar los sucesos de su propio pueblo, mientras minimiza o degrada los sucesos de los adversarios, a quienes, por supuesto, considera inferiores. De ahí que héroes como Sansón sean aceptados, a pesar de su connotación mitológica, como personas reales, aunque con características especiales. Algún guerrero imbatible, evidentemente humano, con el transcurrir del tiempo, la tradición ha podido transformarlo en un dios, adosándole hechos omnímodos que justificarán ante las nuevas generaciones su calidad divina, símbolo, por demás, del nacionalismo y del patriotismo de un pueblo. Obviamente que se debe tener en cuenta que la interpretación del tiempo en los pueblos antiguas era muy distinta a como conceptualizamos hoy en día la cronología. Realmente no sabemos de qué fenómenos particulares dependía la medida del tiempo, o desde qué hechos presumibles se contaba; los romanos, antes de los calendarios cristianos, medían el tiempo desde la presunta fundación de Roma, que, a todas luces, es un hecho mitológico. En cambio, con la aparición de la escritura y de los cronistas, en una escala de tiempo determinada se hacía, inclusive minuciosamente, el registro temporal de un hecho, por ejemplo, de la fundación de una ciudad, tal como aconteció en América, verbigracia. Las cédulas reales indicaban el Año del Señor, con su mes, su día y hasta su hora en que el conquistador fulano del tal fundaba la ciudad tal. En la difusa antigüedad solamente se puede acudir a los indicios, a los relatos mitológicos y a las aproximaciones para determinar la cronología de los sucesos.


Aún en tiempos recientes, la misma tendencia a mitificar a los seres de carne y hueso pervive. Por ejemplo, los próceres de la independencia comienzan a idealizarse, a convertirse en seres especiales con tendencia superior, incluso hermosos físicamente; de esto dan testimonio las estatuas de las plazas públicas y las fotos de aspecto santificante de los museos. Los héroes van abandonando su condición humana paulatinamente para irse convirtiendo en las nuevas divinidades, haciéndose apologías de inteligencia, de honradez, de moralidad incorruptible, benignos, bondadosos y de grandes calidades familiares, escondiéndose o ignorándose que fueron seres comunes y corrientes con las mismas pasiones del homo sapiens, de pronto afectados por la más abominable de ellas: la del poder. Cuando, por alguna circunstancia, alguien se atreve a desenmarañar la personalidad desequilibrada de alguno de nuestros próceres, inmediatamente las voces nacionales nos tildan de apátridas, que es un delito tan terrible como odiar al padre y a la madre. Un atentado moral contra alguno de los símbolos de la nacionalidad es un crimen contra la patria, susceptible de ser castigado implacablemente, porque eso hiere el orgullo patrio, hiere el orgullo nacional. Los próceres terminan idealizándose, divinizándose de una forma especial, entrando ha conformar la historicidad de un pueblo, en donde se va zurciendo un panteón nacional.


Interpolación histórica


Es un fenómeno que no tiene que ver mucho con la mitología, pues se trata simplemente de acomodar, variar, errar, acondicionar o anular datos reales. La interpolación puede mover fechas y autores, fijar autores de textos y de sucesos que en la realidad no corresponden o, sencillamente, jamás sucedieron. Debido a este fenómeno, ni aún los historiadores más eximios concuerdan en sus investigaciones y en sus cronologías, como tampoco pueden atribuir unánimemente el autor de un hecho o de un escrito. Otra dificultad se expresa en el sentido de la no exactitud, de ahí que, por ejemplo, se deban acudir a lapsos que entre más antiguos son, más amplios se presentan; por ejemplo, decir que la invención del arco, de la flecha y de la aljaba fue hacia el año 10.000 antes del calendario gregoriano o hacia el -6.500. Aunque la diferencia entre las dos fechas es muy grande en nuestros tiempos, para el pasado antiquísimo no lo es tanto, y carece de importancia necesaria y real en la actualidad.


Hasta el siglo IV antes del calendario gregoriano, los antiguos no tuvieron el sentido aproximado de la historia, tal como lo poseemos hoy en día. El pasado digno de recuerdo era para ellos mito, desde luego, no entendido como lo conceptualizamos actualmente. El conjunto de tradiciones transmitido oralmente desde épocas antiquísimas y difusas conformaba la consciencia del pasado, y no los hechos registrados puntualmente, sin los cuales no concebimos en la actualidad la historia como ciencia. Cuando se pueden hacer registros cronológicos, se pueden realizar, también las interpolaciones, bien sea involuntarias, arbitrarias o acomodadas a determinados intereses. Es bien sabido que la historia áulica difería de la realidad, puesto que estaba destinada a engrandecer y justificar el gobierno de los reyes y de las dinastías de turno. Un registro real podía decir que se habían entregado tantas cabezas de ganado a los necesitados, por ejemplo, para demonstrar la magnanimidad del rey, cuando realmente jamás se hubiese entregado una sola cabeza a nadie. Los primeros registros áulicos son míticos en el sentido de engrandecer al rey; bueno, todavía los registros gubernamentales y las estadísticas oficiales maquillan, cuando no mienten, la realidad de un estado de cosas, para justificar magníficamente un periodo presidencial. Si un rey es depuesto por un príncipe enemigo, es muy posible que los nuevos registros áulicos tiendan, cuando menos, a menospreciar al antiguo monarca, desapareciendo o interpolando los antiguos registros. Cada quien va acomodando la historicidad de acuerdo a sus intereses particulares o colectivos. Antes de la fundación del Estado de Israel, los pioneros fueron terroristas, pero para el pueblo judío se convirtieron en héroes. El mismo bando siempre se considera el bueno y cataloga al bando contrario como malvado o injusto; los villanos pasan a ser héroes y los héroes se convierten en villanos, paradoja subjetiva de la historicidad, que mitifica su esencia. Las descendencias siempre se interpolaron, llegándose hasta los extremos de la mitificación, pues se consideraba que la sangre o el linaje de un héroe, y aún de un semidiós o de una divinidad, es susceptible de características especiales que se pueden propagar para cimentar la nacionalidad y el patriotismo. Las mismas batallas adquieren carácter mítico, y la historicidad interpola los datos para hacer mínimas las heroicas bajas de los héroes y máximas las del enemigo. Interpolaciones comprobables se han encontrado en libros históricos, como en los de Flavio Josefo, en donde se adicionaron menciones sobre Jesús de Nazaret, con el fin de argumentar la existencia histórica de Cristo, lo que, de hecho, no implica una prueba contundente, sino que, por el contrario, implica un principio de evidencia negativa.


En síntesis, las interpolaciones tienen como fin justificar una determinada ideología, ya política, social o religiosa, y no es más que un timo que se incrusta o modifica total o parcialmente un registro histórico, para que se tome como realidad en las generaciones venideras, asegurando, de paso, el dogma de las ideologías.


Uno de los ejemplos más recientes se denota en las múltiples interpolaciones de todo orden que los comunistas implantaron a la historicidad de sus naciones desde el poder. Se suplantaron datos, se alteraron hechos, se borraron evidencias gráficas, se desaparecieron retratos, se derribaron estatuas y hasta se les cambió el nombre a las ciudades. Se borraron nombres de las academias, y desaparecieron camaradas que antes estaban risueños en las fotografías de los comités obreros; todo en un vano intento de borrar la historia pasada. Igualmente sucede ahora, cuando se queman los libros considerados impíos o izquierdistas, cuando se extraen los hechos de un régimen que se convierten en abominaciones por los enemigos ideológicos. Todos retorciendo la historicidad a su acomodo. La cosmovisión de un historiador también se convierte en una interpolación, porque está encadenada a la subjetividad, al sentir y al pensar del autor. Existirán conductas predeterminadas, prejuicios establecidos y sensaciones presentes que influyan en un autor para describir un hecho histórico, que podría ser, incluso, diametralmente opuesto a la exposición de otro historiador con deferente visión personal. Además, una palabra de un idioma, no tiene una traducción exacta en otra lengua, lo que hace que se acuda a expresiones impropias que no expresan el significado primigenio, y que interpolan el hecho primario, posiblemente histórico. De la misma forma, la misma palabra puede cambiar su significado con el transcurrir del tiempo, como le sucedió a álgido, que de significar prístinamente intensamente frío, ahora significa intensamente cálido, o mariscal, que de significar mozo de caballería, pasó a significar grado militar superior. También determinadas expresiones cambian de significado de acuerdo al contexto o al grupo humano en donde se adopte.

  
Otra forma de interpolar la historia es la de atribuirle a los escritos un autor único, cuando lo más probable es que estos no hayan sido sino recopilaciones dispersas temporal y espacialmente, que desmienten su unicidad. Aparte de esto, los textos, tal como sucedió con los Escritos Aristotélicos, se recopilan en épocas diferentes, con compilaciones que poseen una cosmovisión diferente a la del autor al que se le atribuye la originalidad; las recopilaciones se hacen de forma arbitraria o inferida, lo que no representa estrictamente el orden cronológico y conceptual que el presunto autor ha podido asumir.  El mismo Homero, el reconocido autor de La Ilíada y de la Odisea, eventualmente es una creación mitológica, tal como sus obras; es un hecho que se realizaron recopilaciones orales, primeramente, que luego se transcribieron al alfabeto, en donde fueron atribuidas a un personaje mitológico, a un poeta llamado Homero, que representa en mucho la nacionalidad de los griegos y el orgullo heleno. De haberse convertido el helenismo en religión, aunque se convirtió en la primera filosofía, La Ilíada y La Odisea serían, entonces, libros sagrados, por tanto, incontrovertibles, contenedores de la Verdad Suprema. Estas interpolaciones de carácter lingüístico también influyen preponderantemente en los registros de la historicidad.


Entre astros, héroes y dioses


Ya se ha expuesto la tendencia humana de sublimar a los héroes nacionales, hasta el punto de convertirlos, inclusive, en dioses. Es presumible que muchos de los personajes de las leyendas hayan tenido su origen descendencias de seres reales, de carne y hueso, por decirlo así, y de ahí la confusión que se ha podido generar con su edad, llegándose a asegurar que vivieron hasta medio milenio, asunto imposible porque se ha demostrado científicamente que la expectativa de vida del hombre antiguo era inferior al promedio actual. Cabe anotar que a la edad de cuarenta años, en Grecia se era considerado venerable, porque la senectud no era vista como algo degradante e indigno sino como símbolo de sabiduría, por tanto, digna de ser venerada. De hecho, los dos extremos, el de la vejez y el de la juventud, eran considerados entre los helenos como dignos de admiración.
Con los héroes encontramos dos caminos, uno que basa a sus próceres en humanos reales, que con el paso del tiempo se fueron mitificando hasta convertirse en dioses. Existen algunas evidencias de que Osiris pudo ser descendiente de un príncipe babilónico llegado a Egipto en tiempos remotísimos.  Posiblemente la dinastía de Osiris se convirtió en él mismo; esto también podría justificar el mito de que Osiris moría y resucitaba repetidas veces. El segundo hecho puede atribuirse a una suma de hechos, incluyendo los de carácter cataclísmico, que se personificaron y si divinizaron como seres superiores y dominantes. Los fenómenos naturales, especialmente los catastróficos, se deificaron. En este aspecto, también se ha identificado a Osiris con el río Nilo, que durante la época caudalosa resucita para fecundar la tierra de la labranza, que no es otra que la diosa Isis, lo que justifica la relación incestuosa entre los dioses soteriológicos y las diosas madres.


El proceso reflejo se nota claramente en semejantes particularidades, pues el homo sapiens es animista, creyendo que todos los objetos, aunque aparentemente sean inmotos, tienen vida, o una esencia de carácter divino lo que hace posible su unicidad y su existencia; además, a esos objetos se les atribuye una forma de pensamiento y de sentir especial. Cuando esos atributos ciertamente humanos se colocan, por ejemplo, en los astros, se asciende por el primer peldaño de la divinización. Así nacen los dioses celestes, los astros que están en el firmamento y que con su radiación hacen posible la vida terrestre, pero esos dioses también deben comunicarse con sus hijos, los seres humanos, ya sea directamente o enviando a sus hijos divinos, porque, eso sí, tal como los humanos, las divas tienen gobiernos, cortes y familias, con todo el conjunto de problemas y conflictos. Los dioses son hechos a semejanza de los hombres. Esta interpolación se ha mitificado explícitamente en las religiones, pues Zoroastro, Buda y Jesús fueron divinizados, aunque no siempre tal carácter signifique convertirse en dios, ya que divinizarse es adquirir un estado, mientras que convertirse en dios es personificar o individualizar ese estado. De hecho, tenemos que los personajes mitológicos, a pesar de las interpolaciones, son reales de cierta manera, pues, aunque no hayan tenido una existencia real e histórica, tienen, al menos, una existencia conceptual, de resultas, mitológica, que es tratada y entendida como verdad y dogma.
Vemos cuán grave es abjurar o negar los postulados de una religión, especialmente si esta es fundamentalista, ortodoxa o intolerante, atribuyéndose la única conocedora de la verdad suprema, que está por encima de cualquiera otra verdad. Los dogmas castigan hasta con la pena de muerte a los infieles y a los herejes. De tal suerte que para un cristiano, la existencia real e histórica de Jesús es incontrovertible. Endógenamente, en el cristianismo Jesús, el Señor, el Salvador, realizó milagros, sufrió una pasión, resucitó y subió a los cielos porque es el mismo dios hecho hombre. Sin embargo, el concepto sobre Jesús entre los musulmanes, judíos o budistas, es diferente, así no nieguen su historicidad. Para los judíos, Moisés liberó a los hebreos de Egipto, abrió las aguas del Mar Rojo, recibió las Tablas de la Ley directamente de Yahvé en el monte Sinaí, y se convirtió en el patriarca principal; esto es apodíctico entre ellos. Para los musulmanes, verídicamente Mahoma recibió directamente El Corán del Arcángel Gabriel, que sirvió como mensajero de Alá. Subsecuentemente, toda religión se justifica históricamente, pero también lo hacen las demás ideologías, ya sean éstas filosóficas, políticas o sociales.


El conflicto social siempre se ha hecho presente en el devenir humano, convirtiéndose en la energía de la evolución cíclica de la historia. Esto determina el concepto de los malos y los buenos, de los amigos y de los enemigos, constructos que transcienden hasta las mismas esferas celestes, surgiendo el concepto de dualidad en los procesos humanos, como reflejo de la actividad de los dioses, es decir, la lucha entre el bien y el mal. Cuando los pueblos se van civilizando, convierten sus mitos en códigos sociales, tan como sucedió, por ejemplo, con el Código de Manú, el de Hamurabi, el del Decálogo o con todas las normas coránicas. Los mismos códices religiosos crean el concepto de moral, que fija el camino que se debe seguir para agradar a los dioses o ser salvos por ellos después de la muerte. Esa simbiosis no crea más que los pilares fundamentales del poder religioso, político y social.


El homo sapiens es la única especie que debido a su intelecto ha creado el imaginario individual y el imaginario colectivo, lo que le ha permitido imaginarse, es decir crear constructos de seres superiores, a los cuales, debido al resplandor de los astros, decidió llamar dioses, secundados por una serie de acontecimientos y procederes que influyen mágicamente sobre toda la creación, incluyendo a la raza humana, a quienes esas deidades han elegido como sus hijos predilectos. Como buenos padres, las deidades aman, guían, reprenden y castigan a sus hijos, creándose una interrelación dinámicamente conceptual entre el ente divino y el ente humano. Pero los dioses también son vistos como gobernantes del universo, teniendo sus cortes, sus leyes y, como si fuera poco, sus disputas entre ellos mismos, dando origen a las teocracias, que siempre, directa o indirectamente, han gobernado el mundo desde los mismos orígenes de la civilización. Todo parte desde el homo sapiens hacia los dioses, aunque, ese mismo homo sapiens crea que la relación es, al contrario: dioses-hombres. Verbigracia, si hay una hambruna prolongada, se puede implorar al dios del alimento para que la desgracia cese, la tierra vuelva a producir o, simplemente, caiga milagrosamente alimento del cielo. Si a pesar de los rezos a los dioses propicios, la hambruna continúa, subsistirá la esperanza en que la catástrofe va a terminar prontamente, sirviendo esto de paliativo para que no se presente rápidamente un enfrentamiento contra el orden establecido. Generalmente, los gobernantes tienden a culpar, y el pueblo lo cree firmemente, que las catástrofes son actos punibles enviados por los dioses, sin que ellos tengan mucho que ver en el asunto.


Creer que si se violan las leyes divinas, que aplican los gobernantes como representantes o enviados directos de los dioses, se puede ser enviado a un terrible lugar de castigo, permite establecer ciertas barreras a hechos específicos, que de otra forma serían incontrolables, acelerando el caos y la revuelta. La especie debe comportarse como un ser intelectivo, y no como un ser plenamente instintivo, al igual de los demás animales. El ser humano es el único capaz de controlar sus instintos, nunca eliminarlos, esto debido a su intelecto. El poder de tener consciencia acerca de la vida y de la muerte, no solamente nos pone a pensar y a cuestionar, sino que el instinto intelectual nos aterroriza. La incertidumbre por el mismo futuro y por lo que puede haber después de la muerte, es una constante en el ser humano que produce angustia y que, a su vez, pretende soluciones. Una forma de reconfortarse ante el enigma de la muerte, es imaginar que la vida continúa, pero de una forma más perfecta a la vida-vida; esto genera una fortificación ante el temor a la muerte creando una esperanza mítica, y establece el culto y el ritual para la vida del más allá, que no es simplemente dejar de existir. Entonces imaginamos que en esa nueva vida en donde ya no existirán las angustias, el desamparo y el dolor por existir, que, aunque es psicológico, atormenta al ser humano; pero, también, si hemos llevado una vida disoluta que pervierta las leyes divinas, seremos castigados, y el dolor y la angustia por el existir, será tremendamente superior, insoportable y, lo peor, eterno, debiéndose padecer por la eternidad. Esta creencia les permite a los sistemas de poder mantener en cintura a sus súbditos, e inducir a un comportamiento dentro de las reglas para que prime una supuesta armonía, que no es más que el fuste para el sostenimiento, justificación y perduración del sistema.


El ser humano, en suma, busca explicaciones a sus cuestionamientos y pretende soluciones, que la mayoría de casos son imposibles de lograr, debiéndose recurrir al efecto placebo que produce el intelecto, pues si en esta vida no hay respuesta a nuestros interrogantes ni solución óptima para nuestros problemas, entonces, piensa, cree que habrán respuestas y soluciones perfectas en el más allá, que es la esfera de la divinidad, y en donde compartiremos ese estado de deificación, ya sea a través del premio o del castigo. La esperanza, pues, en un futuro feliz y perfecto, como no se puede materializar tal idea, se funda en el porvenir de una nueva vida después de la muerte.


De hecho, resulta que la historicidad de los pueblos no es más que el gran río nutrido por innumerables afluentes, a pesar de las interpolaciones, en donde los astros, los dioses, los héroes y los reyes conforman, junto con su pueblo, sin olvidar la relación plena con la naturaleza circundante, es decir, con el territorio, el fuste de la civilización. Los dioses y las leyendas se pasearon, mutándose continuamente y reconstruyéndose, entre los hindús, persas, babilonios, cananeos, sirios, hebreo y árabes, para expandirse, también, hacia los anatolios, los helenos, los itálicos, los germanos… Claro que Roma sirvió como vehículo para que el mito ario se expandiera en su forma de cristianismo hasta la misma América. Igualmente, el mito ario se expandió en su forma semítica a través del islamismo y pervive, prácticamente incólume, en el judaísmo actual.

 

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